Blog de los textos de José Mariano Leyva. Ensayo. Narrativa. Reseña. Historia. Noticias.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Vuelta por lo pasado


La noche renovada

Camino por la Avenida Tamaulipas de noche. La oscuridad sufre a cada tanto incisiones destellantes. Los restaurantes se derraman sobre las banquetas e inundan de luz las lóbregas copas de los árboles. Los ejércitos del valet parking se apropian de la calle, ignoran los pitidos y los insultos. La propina es primero. Es una colonia que aún decide su futuro como una Zona Rosa venida a menos o un Polanco elitista.
         Junto con la Roma y 26 más, La Condesa fue uno de los proyectos que germinaron a principios del siglo XX. En 1902 la compañía Colonia de la Condesa adquirió los terrenos y comenzó la planificación de las cuadras. El capital invertido provenía de reconocidas y poderosas manos, entre otras, las de José Yves Limantour y un hijo de Porfirio Díaz.
         La idea, muy porfiriana y positivista, era atraer a dueños de mansiones que quisieran crear una burbuja ideática y olvidarse un poco de los contrastes, de las turbas, de la realidad. Pero el sueño idílico tuvo que esperar 25 años para ver luz. En 1927 se estrenó el alumbrado público. La noche fue renovada, los peligros repelidos.
         Los albores del siglo XX acuartelaron un hipódromo y una plaza de toros en el territorio. La mitad del mismo siglo vio casas Art Decó, varios talleres mecánicos, misceláneas y tintorerías. Hacia el final, en la última década, restaurantes, cafés y bares se apropiaron de la noche en La Condesa. La noche conquistada. La noche imitando el día, mejorándolo. Otorgando el caos en horas que debían ser de reposo. Las apacibles casas de los veinte han sido destruidas para obtener un espacio donde flamantes edificios llenos de vidrios y funcionalismo se yerguen.
         Fue a la mitad de ese recorrido que el arquitecto estadounidense Charles Lee construyó el Cine Lido, en la esquina que forman las calles Tamaulipas y Benjamín Hill. Inaugurado en 1942, su estilo concordaba con las casas que lo rodeaban. Años después, con un México que ya se había golpeado varias veces con realidades poco sensatas, el cine cambió de nombre y se atestó de melancolía.
Recuerdo que el Cine Bella Época conservaba dentro de su taquilla tubular a una anciana que no le gustaban las películas que se exhibían a finales de los ochenta. Su lobby tenía tanto terciopelo rojo que podría haber vestido a todos los cardenales del Vaticano. Su inmensa sala solía encontrarse vacía. La fastuosidad a destiempo. Luego vinieron la épocas de las salas pequeñas. El cine dejaba de ser enlatado, pero ahora era claustrofóbico. Como los diminutos bares sustituyendo a las holgadas mansiones en la misma colonia.

La nostalgia remozada

Con el último siglo, aquél cine dejó de serlo. 33 millones de pesos compraron el espacio de memorias venidas a menos. 40 millones más lograron un proyecto arquitectónico deslumbrante. En 2006, el antiguo cine Bella Época se convirtió en la librería del Fondo de Cultura Económica “Rosario Castellanos”.
Hay faustas coincidencias históricas. Rosario Castellanos nació en 1925, dos años antes que La Condesa se inundara de luz. Después de vivir su infancia en Comitán, Chiapas, regresó a la ciudad en 1942, mismo año en que el Cine Lido fue inaugurado. No resulta difícil imaginarse a una Rosarios Castellanos de 17 años asistiendo al flamante cine que tiempo después sería una librería bautizada en su honor.
         La librería es vasta. 250 mil volúmenes están en exhibición. Esperan ser comprados. Muchas editoriales se encuentran representadas. Como si se tratara de un estudio desproporcionado, más aún que el de Alfonso Reyes, a pocas casas de la centelleante librería, los anaqueles suben por inmensas paredes y tocan el techo. Allá arriba 250 placas de cristal esmerilado insisten en lograr una representación de ramas, bambú o algas marinas. El creador de la imagen es Jan Hendrix, artista holandés. La idea fue lograr enormes tragaluces que alumbraran con generosidad el enorme perímetro que antes era cine. La oscuridad, una vez más sometida. La penumbra necesaria para la proyección se convierte en resplandor para leer. Las únicas tinieblas en la librería Rosario Castellanos permanecen apresadas como oficio entre las páginas escritas por aquella autora.

La melancolía desatada

Pero en la librería existen oscuridades más etéreas, más sensuales. En uno de los rincones se presenta la exposición pictórica Libreta de apuntes de Vlady. El pintor ruso llegó a México después que la URSS stalinista exiliara a su padre. Arribó el mismo año que Castellanos llegó a la ciudad de México, el mismo en que el Cine Lido fue inaugurado. Hoy los tres ocupan la misma comarca.
         La exposición busca el erotismo a través del claroscuro. Imágenes en huecograbados y litografías recrean tumultuosas concupiscencias. Es lógico: después de debutar en la vida en un escenario socialista, la libertad toma proporciones gozosas. Los cuadros están acompañados de poemas escritos por Efrén Rebolledo. El claroscuro une al pintor y al escritor. Rebolledo debutó en la Revista moderna, fue decadente, amante de las paradojas. Gustaba, como sus compañeros, de alarmar a las buenas conciencias. Su erotismo era delincuente. El amor atado al sufrimiento, la carnalidad obedeciendo al espíritu melancólico. Fue diplomático en Japón y, como Tablada, regresó ahíto de cultura asiática. 
         La dupla crea breves atmósferas cargadas de tensión. Donde uno usa el erotismo para liberarse, el otro lo quiere para la flagelación. Toda libertad conlleva padecimiento. Un amalgama que incluye a los bosquejos de Valdy: formas apenas reconocibles que privilegian las sensaciones sobre el signo bien delineado.

La juventud añeja

Cuatro años antes de que el Cine Lido se inaugurara, apareció en el diario El Nacional una nota que abría con el siguiente párrafo: “El último sábado dejó de existir en su domicilio de Tacubaya, Cerrada de la Revolución, 33 –y casi olvidado– el señor Ciro B. Ceballos, representativo de una época.”
         Ciro fue testigo de un México que soñaba al modernismo con tintes oscuros. Una exquisita noche sin alumbrado público. En 1938, otro de los representantes del decadentismo mexicano, amigo de Efrén Rebolledo, pero también de Bernardo Couto, Alberto Leduc, Amado Nervo y José Juan Tablada, desaparecía. Como los cuadros de Vlady, Ceballos fue autor del libro Claro-oscuro. Acérrimo crítico de la sociedad, fue un hombre que el México nacionalista olvidó. En la Revolución Mexicana no había espacio para críticos que pusieran en tela de juicio el estado de las cosas, se buscaba con ceguera la construcción del progreso. El México posrevolucionario miraba al futuro y sólo utilizaba el pasado. En sus últimos días, Ciro únicamente obtuvo inopia y abandono.
En la muerte le fue mejor. A partir de ella, El Nacional publicó una columna con las memorias preparadas por el autor decadente. La gente tampoco se fijó mucho. Fue necesario esperar casi setenta años para obtener esas memorias en forma de libro. 2006. Luz América Viveros Anaya saca Panorama mexicano (1890-1910) de Ciro B. Ceballos (UNAM).
En aquél país de finales del XIX y principios del XX, la modernidad era primicia. No era una modernidad maleada y esgrimida. La Condesa, el Cine Lido y el alumbrado público eran fantasías que aparecieron paulatinamente. Luego, la sorpresa cesó. La modernidad comenzó a reírse de la inocencia festiva, celebrada pocos años antes. En 1881 “la compañía Knight puso una primera instalación de 40 focos eléctricos” en el centro de la ciudad. “En el lapso de 1891 a 1897, fueron instalados 3,519 focos. La instalación de luz eléctrica partía del centro y avanzaba hacia el noroeste y oeste.” La Condesa y La Roma ya son parte de otro México que cree haber saldado sus necesidades básicas y ahora podía dedicarse al lujo. Ciro B. Ceballos vivió el proceso. Dentro de sus memorias recuerda a los gendarmes “en sus capotes de gran capucho como dominicanos monjes”. Nos refiere esas primeras llamas eléctricas rodeadas de cucarachas voladoras tan sorprendidas del fenómeno como los más avezados científicos positivistas.
Ceballos formaba parte de la duda. El progreso escondía sus caprichos. Él y otros jóvenes autores contrarrestaron la idea de civilidad con escapadas a Xochimilco acompañados de putas y generosas cantidades de ajenjo. Preferían las alucinaciones de la droga verde a las quimeras del progreso y, después, del nacionalismo. Conformaron la imagen del intelectual moderno, como indica Viveros Anaya. Los Méxicos que le tocaron vivir transitaron del progresismo científico al nacionalismo revolucionario. Era demasiado cartón para Ceballos. Nunca comulgó con el militarismo, por ello nunca lucró sus capacidades críticas.
La pujante modernidad significaba para él un mal du siècle, un spleen, un ennui. El Gran Aburrimiento. Las necesidades colmadas, la hipocresía victoriosa. La juventud criticando el entorno, a disgusto con él como viejos prematuros. Pero la modernidad terminó por sobreponerse. La modernidad despreció a sus pioneros. La amnesia embebida de futuro. La ausencia de claridad. Panorama mexicano está ahí para recordarnos que cuando el optimismo se grita, no es otra cosa que un alarido de pavor. Las luces ahuyentan los terrores, pero los errores, como las cucarachas, siguen ahí.

El idealismo luminoso

También en librerías se encuentra la biografía de Schiller elaborada por Rüdiger Safranski. Una época anterior obsesionada con el fulgor. Otro joven crítico situado en las Luces alemanas. La oscuridad de los decadentes era reacción a una modernidad que contenía frívolos ofrecimientos. El idealismo de Schiller, cien años antes, asestaba golpes en el mismo sentido.
         Pero mientras Ceballos o Rebolledo buscaban el exceso como consecuencia descomunal de su mundo, como gritando: “véanos aquí, somos el torpe producto de su progresismo, y somos consecuentes”, Schiller declaraba en verso: “¡Mira! Allí a los dioses y todas las diosas en llanto / porque lo bello pasa, porque lo perfecto muere.”
         Las propuestas idealistas de Schiller, una vez que la Ilustración ha sucumbido, que el modernismo ha agonizado, pueden parecer risibles. Determinar que “ante lo inminente no hay otra libertad que el amor” son palabras sin repercusión en un mundo ofuscado por la ironía. Desarrollar una filosofía del amor suena hoy fuera de lugar. Pero el idealismo de Schiller era provocado por un sentimiento bien conocido en nuestra época: el nihilismo. Como indica Safranski: “Las raíces del entusiasmo de Schiller arrancan del hastío de la vida.” El perfeccionamiento del nihilismo y de la desesperanza fue tarea de los decadentes. El raigón de ambos movimientos es una sociedad que progresa hacia la comodidad, ignorando justicias y humanismo. O también puede deberse a una coincidencia más: la juventud perpetua. La negativa a lucrar con los paradigmas adolescentes que hicieron de Ciro B. Ceballos un anciano en la miseria y de Schiller el fundador de un idealismo que tiempo después destrozaría el positivismo. Ese positivismo que adoptó Porfirio Díaz de Europa, de Comte. El positivismo que trajo las luces a la ciudad de México en 1881, y a la Condesa en 1927.
         Regreso por la Avenida Tamaulipas. Las luces de los bares ya no me sorprenden tanto. Siento cierta desconfianza mientras me acuerdo de lo declarado por Vlady en su exposición, tal vez pensando en Rebolledo, en Couto, en Schiller, en Castellanos: “No puedo evitar sentir el paso de la historia como una especie de inconsciente.”

(Publicado originalmente en la revista Nexos )

1 comentario:

  1. ¡Me gusta Pepón! Qué bueno que alguien siga creyendo en los blogs. Oye sólo una cosa ¿y si el fondo fuera blanco? Leí todo con mucho interés pero me quedaron los ojos lampareados. ¡Ah! Y felicidades por la novela, la compraré cuando me aapersone por le Mexique.

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