Blog de los textos de José Mariano Leyva. Ensayo. Narrativa. Reseña. Historia. Noticias.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Texto de presentación de mi novela "Imbéciles anónimos" en Bellas Artes.


Queridos Elías, Carlos y Marsé, querida Suza:

Las siluetas de Elías, Carlos, Marsé y Suza indelebles en la portada
Han pasado más de cuatro años desde la última vez que nos vimos. Desde que nos despedimos en la casa que no tiene vecinos. La casa en la barranca de Cuernavaca. La que tiene un cadáver. Ahora les escribo desde este mismo lugar. Les tengo malas noticias: desde la casa, a lo lejos, ya se pueden ver algunas construcciones. La soledad de esta barranca comienza a ser espejismo del pasado. Las dos o tres casas que se ven a lo lejos, en medio de los árboles parece que están agazapadas. Como si hubieran llegado huyendo y permanecieran ahí, asustadas.
            Y así, desde la última vez que nos vimos, parece que muchas cosas han huido. Que se han escapado. Tal vez demasiadas.
            Querida Suza, te tengo una noticia: tuve una hija. Contrario a lo que te podías imaginar, ha resultado el giro más interesante de mi propia historia. Es difícil hablar de hijos sin que un cliché se escurra por los labios. Y sabes el mal humor que los clichés me provocan. Aún así, es necesario decir, al compás del lugar común, que hoy no hay absolutamente nada más importante que mi hija. Los hijos, me di cuenta, derrotan al ego. Y, como tantas veces repetiste, querido Elías, el ego sometido es también una forma de madurar. Espero que tengas razón.
            Sin embargo, la presencia de mi hija en la vida no significa que haya logrado todo lo que antes habíamos criticado. El día de hoy no hay una casa, dos coches, un perro, ni la transmisión dominical del fútbol, como hace cuatro años creíamos que le sucedía a la gente que se asentaba. Que tenía hijos. Vaya, no hay ya ni siquiera una vida en pareja. Tanto así han cambiado las cosas en estos cuatro años. Pienso entonces que tal vez las ideas de juventud y madurez cambian imitando al vértigo. Son imparables conforme nuestra propia madurez llega. No me pregunten si es un asunto de tranquilizarse o rendirse. No lo sé.
            Así, Carlos querido, me desbandé de esa “imbecilidad necesaria”, como llamaste al matrimonio. Ahora que lo pienso, ustedes que son expertos en separaciones de parejas tal vez me podrían haber ayudado a mí a resolver mi propio galimatías. Pero las separaciones de estos últimos años, iniciaron con ustedes. Fue el adiós a muchas, muchísimas cosas. Y la verdad es que pensé que con eso se saldaban las despedidas, se finiquitaba a la nostalgia, pero creo que las continuas despedidas forman parte de un “por siempre”. No me pregunten si es una postura pesimista o serena. Una vez más: no lo sé.
            El país también se ha despedido de muchas cosas. Es otro por competo. Tal vez no lo reconocerían. Es como si de pronto se hubiera plagado de Comandantes Gutiérrez. Como si la amenaza que sufrieron aquella noche en esta casa fuera la nueva normalidad. Como si el acto de irrumpir con armas, con la crueldad como la insignia mejor respetada, fuera algo corriente. Demasiadas cosas nos parecen normales hoy. Cifras que en realidad son muertos. La colisión de los diferentes méxicos que tanta sorpresa y dolor les causó a ustedes, el día de hoy ya ni se comenta. ¿Por qué escribir sobre muertes en un país donde hay demasiadas?, me preguntó hace unos días una persona que se interesó en nuestra historia. Contesté que cuando acabé de escribir nuestra historia, el México de hoy no existía. Pero aún así, estoy convencido que se escribe sobre la muerte para darle la dimensión que le corresponde. Una muerte no es un 1. Dos muertos no son 1 + 1. Un muerto es el dolor causado a mucha gente: conocidos, amigos, familiares. Es depresión y desesperación. Una sola muerte es la avalancha de la desgracia. El poder de la tristeza. Y ahora, es también la ausencia de indignación frente al terror.
            Tú sabes de realidades, querido Elías. Chocaste contra unas cuantas. Pues ahora puedo decirte que esta realidad, que ya no conociste, hace que muchos fracasos también nos parezcan normales. Que la huida sea casi un estereotipo. Casi un cliché. Como las casas asustadas en medio de la barranca, como las separaciones de pareja. ¿A quién le puede interesar vivir con alguien más cuando la realidad nos obliga a estar en eterno escape? Tal vez sea como dice Julian Barnes, tal vez cuando el amor fracasa hay que echarle la culpa a la historia del mundo. Pero esa es una frase que provocó otro libro, no aquél en donde aparece su historia. Lo que sí puedo decirles es que mi presente conmina al escape, aún al abandono. No se si es cobardía o sobrevivencia, de verdad, no lo sé.
            Así, desde que nos dejamos de ver han sucedido muchos “adioses”. Y con los “adioses”, emerge la nostalgia. Y la nostalgia tal vez debería ser el estado más honesto del mundo. De nuestro país. Más que huir, recordar. La nostalgia general. La nostalgia particular. Hay nostalgia de amistades que se creían a prueba de hierro. Nostalgia por las personas que se fueron. Nostalgia por convivencias más tumultuarias. Con el tiempo, la intimidad va adquiriendo poderes que antes no imaginaba. También se la comprende como algo esquizofrénico. Porque hay una intimidad asustadiza que no quiere levantar la cabeza por miedo a que un fragmento de hierro caliente le reviente los sesos. Pero también hay una intimidad voluntaria que permite escribir novelas, pensar y darnos la sensación de que a pesar de todo existimos. Y entonces esa intimidad se vuelve la nueva compañera. La que sustituye al tumulto. No me pregunten si es madurez o depuración. No lo sé.
            “Escribe esta historia”, me dijiste, Carlos. Y en esa intimidad que apenas nacía lo hice. Pero la intimidad no significa completa soledad, de la misma manera que una historia jamás la escribe una sola persona. Aunque sea la más privada. Y por eso es necesario agradecer a mucha gente. Carlos, Marsé, Elías, Suza, en este caso, huir y escapar sería degradante para nuestra propia historia, entonces les presento a nuevos amigos que jamás conocieron:
            Les presento al equipo de trabajo de Literatura del INBA, a quienes agradezco por el premio, por la presentación, por el apoyo. Les presento al conjunto de Random House Mondadori, que se han portado de manera espléndida conmigo: Sandra Montoya, Daniela Gama, pero sobre todo Andrés Ramírez y a Wendolín Perla, los editores entusiastas que se lanzaron a esta aventura.
A José Joaquín Blanco, el primer lector de nuestra historia. Crítico sagaz que no perdona, y al que sólo me atreví a mandarle la novela, acepto, bajo el efecto de unos tequilas. Siempre he considerado a Joaquín uno de los pilares más fornidos de la cultura mexicana. El orgullo de tenerlo en esta mesa supera toda melancolía. Lo mismo me pasa con J.M. Servín, también uno de los primeros lectores del libro junto con Daniel Sada y Paloma Villegas. Las crónicas, ensayos y ficciones de Servín me parecen un Norte justo para una realidad injusta.
            Les presento a otros lectores tempranos muy queridos: Anna Ribera Carbó y Pablo Martínez Lozada, sus comentarios y su entusiasmo fueron fundamentales para que nuestra historia llegara a buen puerto. También a los viejos amigos que han sobrevivido a esto que llamamos madurez, sobre todo a Hector “El Poli” Maldonado, Claudia Guillén y Mauricio Montiel. De la misma manera, a los nuevos amigos que parecen de años: Miguel Rupérez y Celina Orozco. Todos ellos, virtudes del sosiego, de la intimidad.
Y a cuatro personas que ustedes conocen a la perfección: Lourdes y Lucio, mis mejores amigos, como siempre, y más ahora que nunca. Las mejores personas que conozco. Y Amaranta y Emiliano, mis hermanos más que por sangre por elección. Relaciones que no aceptan las distancias ni las diferencias como argumentos válidos para aniquilar el cariño.

Pensar en esta intimidad tan repleta, querido Carlos, me recuerda una sucesión de fotografías muy concreta. Me recuerda a tus propias fotos, las que encontraste en la casa del Comandante. Las fotos que te llevaron a leer unas cartas en donde el pasado se volvía presente. El poder evocador de las fotografías es parecido. Muchas veces me sorprendo viendo fotos de mi hija. La nostalgia que provoca lo que no está se convierte en algo agradable. En un recuerdo reconfortante. Algo parecido me pasa cuando evoco a las personas que ya no están. Cuando me acuerdo del contexto que rodeó a nuestra historia. El México que ya no es.
Acordarme de ustedes se convirtió en una novela. Y por ello me gusta pensar que la literatura es una evocación constante y satisfactoria. Y que cuando cierto pasado se contrapone a cierto presente, la literatura se convierte también en un recordatorio de las fallas. Recordatorio de los imponderables, como ustedes mismos se bautizaron. Es una reminiscencia pausada que debería ser fiel consigo misma. Eso resulta útil en un orbe saturado de discursos a terceros que encubren las atrocidades más vergonzosas. Esa actividad, parsimoniosa y honesta en que se puede convertir la literatura, reconforta en un mundo en el que, como leía en una revista hace unos días, ha construido un sistema en el que se compra con dinero que no se tiene, cosas que no necesitamos, para impresionar fugazmente a personas que nos importan muy poco.
El amanecer en la casa que no tiene vecinos
Leer las historias de realidades pasadas nos da un sentido de permanencia frente a lo fugaz. Nos puede vacunar contra realidades tan ásperas, en las que cualquier asomo de sentimentalismo sin ironía nos termina pareciendo cursi. Porque el sarcasmo va a tono con muchas atrocidades, pero no tiene por qué ser el único acento. Llámenme idealista, yo el que no soportaba la más mínima visión de las utopías rosas, pero me da la sensación de que esa literatura vuelta permanencia, emitida con un tono más sentimental, es capaz de lograr concordias. Concordias reales, que sólo se logran después del análisis y la crítica de la realidad, no pueril maquillaje de bestialidades. ¿Será esta creencia producto del entusiasmo o un chocheo temprano? Saben que no lo sé.
        Elías, Carlos, Marsé, Suza: estoy en la casa con pocos vecinos de Cuernavaca. Las cosas han cambiado, pero el recuerdo se mantiene. El cadáver sigue aquí. Y de alguna manera, a pesar de que hace mucho tiempo que no los veo, ustedes también están aquí. Pero no como cadáveres, sino como recordatorio de que la avenencia siempre es posible.  Mientras se siga escribiendo, haciendo literatura, muchas cosas agradables estarán presentes. Nos pondrán en relieve realidades más brutales. Nos darán recuerdos en contra de la barbarie. Eso, y no mucho más. Es esta una visión reconfortante o desoladora, no me pregunten, porque sinceramente no lo se.

Y aceptar que no se saben cosas, que no hay certeza aún en los momentos que parecen más sosegados es también una forma de madurar… creo.


4 comentarios:

  1. ¿Si es el "adios"? o ¿es prólogo de la siguiente generación?

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  3. ¿Dónde puedo contactar con Suza? Tengo unas preguntas para ella.

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  4. Héctor: tendremos que esperar a ver qué opina esa generación. Suza, tengo entendido, se fue a Valle de Bravo. Al parecer se divorció ella también, pero no le fue nada mal: se quedó con un departamento comprado y arreglado por su esposo...

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